lunes, 7 de enero de 2008

Mi hermano el arquero....mi hermano el secuestrado...

Aca publico algo que salio en el Clarin el fin de semana, es un poco largo,pero vale la pena, y es una historia como tantas otras que los argentinos no debemos olvidar.
Gracias Clau por el articulo, e invito a todo el que quiera a que me envien notas, articulos ,anecdotas, a fernandoneumark@hotmail.com para que las pueda publicar.


CON LA AYUDA DEL FUTBOL, LOS PEIDRO RESISTIERON AL HORROR DE LA ULTIMA DICTADURA

Mi hermano, el arquero; mi hermano, el secuestrado

En 1977, Roberto atajaba en Primera y conseguía noticias de Ricardo en plena cancha.

Cómo era eso?
-Como el infierno...
Los hermanos Ricardo y Roberto Peidro, unidos por la sangre, la política y el fútbol, siguen hablando de los gritos de espanto, mientras persiste la memoria del sonido interminable de las picanas. De las bañeras llenas de agua. De la ignorancia de unos cuantos que miraban sin ver. Del genocidio impuesto por los militares. Del terror. Es martes y la tarde se resuelve en algunas gotas de lluvia que le ponen manto gris a una historia negra. Sobre Paseo Colón al 1200, debajo de la autopista 25 de Mayo, descansan los restos del Club Atlético. En aquel lugar funcionó, desde el 11 de febrero al 28 de diciembre de 1977, uno de los tantos centros clandestinos de detención que utilizó la última dictadura militar para torturar y asesinar. Por allí, pasaron más de 1.500 secuestrados. Mientras tanto, Ricardo (actual secretario de Derechos Humanos de la CTA) y Roberto Peidro (cardiólogo de la Fundación Favaloro y médico de Independiente), se saludan frente al lugar.Eran las 23.30 del 10 de mayo de 1977. Roberto acababa de salir de su casa de Lanús, en la que vivía con su familia, y encaraba para el cine del barrio. Tenía ganas de ir a ver la película Holocausto. Ricardo, que estudiaba medicina y militaba en la Juventud Universitaria Peronista, seguía en casa, mientras hablaba con sus padres y con su mujer, Gabriela, y disfrutaba de su hijo, Fernando, quien tenía pocos meses de vida. De pronto, se escucharon unos golpes en la puerta. Era un "grupo de tareas" de los militares. Segundos después, se metieron al grito de "¿dónde está el tordo?", les pegaron y se llevaron a Ricardo y a Gabriela. También buscaban a Roberto.La noche transcurrió y con las noches, los días fueron pasando. La familia de Ricardo pasaba las horas buscándolo. Mientras tanto, Roberto era arquero de fútbol profesional de El Porvenir. Y como un antídoto para el dolor, Roberto continuaba entrenándose. Inclusive, el sábado siguiente al secuestro, El Porvenir visitó a Los Andes. Y jugó Roberto, nomás. Lleno de dolor, salió a la cancha con la frente arriba y con ganas de demostrarle a aquellos que tenían a su hermano que él, por lo menos él, no se daría por vencido jamás. Una vez dentro, atravesó todo el campo para ir a hablar con los compañeros de sueños de ambos, que estaban en la popular visitante, para conseguir información sobre Ricardo. Ese espacio en el tiempo era el instante preciso donde Roberto podía acumular datos sobre su hermano. El árbitro lo llamaba y él, manos arriba marcando que esperara, averiguaba. Además, durante el partido, detrás de su arco, había amigos que le acercaban noticias. Aquel partido terminó igualado en tres y con la esperanza de encontrarlo. A la otra semana llegó el turno de Estudiantes de Buenos Aires. Mientras Roberto jugaba, Ricardo estaba tirado en una cama del Club Atlético con una faja sobre sus ojos. "Ahí dentro te sacan hasta tu nombre, no te queda nada. A mí me llamaban R82 y a mi mujer, R83. Y en un momento, cuando pensé que afuera nada existía, escuché que estaban transmitiendo el partido y que Roberto estaba jugando. Eso me dio fuerza para seguir adelante. Me di cuenta de que el mundo seguía existiendo y que yo, todavía y a pesar de todo, estaba vivo", cuenta Ricardo.Luego de 16 días de dolor, le dieron libertad. El 26 de mayo lo soltaron en Lanús, cerca de su casa. Y él se fue corriendo hacia su domicilio, pero no había nadie. Entonces, aceleró hacia lo de su abuela. Y ahí sí estaban casi todos. Ricardo rompió la puerta y se desparramó en el medio del pasillo y todo fue abrazos y lágrimas. Roberto, en tanto, estaba concentrado de cara al partido con Deportivo Armenio. Apenas se enteró, regresó a su casa para reencontrarse con su hermano y reencontrarse, también, con la alegría de vivir. Ahora, 30 años después, charlan en un café frente a lo que queda del Club Atlético e intentan cerrar la herida. Para que nunca más vuelva a pasar.

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